El bailarín

El tiempo pasa y la gente no lo percibe pasar. Y pasa más ligero que pasan las nubes en el cielo y aún más ligero que las formas que estas nubes hacen en el cielo. Y nadie ni siquiera sabe quién es el verdadero bailarín.

Así es el poema que quiero poner mañana en las calles, pero yo no soy dueño de las mañanas y ni sé siquiera si mañana estará delante de mí con el ropaje de su tiempo, pues como dijo que el tiempo pasa, es verdad que él también pasa más rápido que las ropas con las que cada mañana se viste por la eternidad.
Ayer mismo alguien me dijo que el tiempo pasa y él se fue sin siquiera percibir que todo aquello que estaba presente, hoy ya se encuentra en la cueva akástica de la memoria temporal y nada más se presenta ahora como estaba ayer, ni siquiera aquellos árboles sombríos o aquellos pájaros que flotan como bailarines borrachos en una taberna.
Me gustaría decir lo contrario, como por ejemplo no es el tiempo quien pasa y sí somos nosotros y todo lo que existe que va pasando y repasando en la danza de la rueda infinita de shiva; pero si dijese esto, me quedaré engañando a mí mismo, o sea lo que sea, me haría de tonto; porque el tiempo pasa. Él pasa como el viento, pero como un viento que modifica permanentemente todas las frecuencias de todo lo que existe, de modo que nada permanece como es o donde está. Sí, el tiempo pasa, pues él es quien toca en el teclado cósmico y modifica el ritimo y la frecuencia de todas las cosas. El tiempo pasa, pero por increíble que parezca él es el único que permanece, pues el tiempo no envejece.